Where the wild things are.

martes, 16 de septiembre de 2014

Olor.

Es un sentido tan preciado el olfato para mi. No podría vivir completa sin él, renunciando a tanto.
Y para mi su olor, ah, solo con hablar de su olor puedo sentirlo... Su olor es una delicia para mi olfato por supuesto, y para mi es la octava maravilla. No es por el olor en sí, es su capacidad de transportarme nada más y nada menos que a los momentos mas felices de mi vida; momentos en los que su olor ha sido indiscutible protagonista creando el clima ideal. 
Cuando le conocí, nos abrazamos sin mediar palabra y en un segundo se había marchado. Su pelo rozó la punta de mi nariz, su mano en un parpadeo se había hecho íntima de mi corta espalda, el roce de su barba en mi mejilla y esa abrumante oportunidad de querernos... En ese segundo que él pudo sentir mi corazón, intentando atravesarme con fuerza el pecho para cobijarse en el suyo, en ese segundo dejó su aroma grabado en mi mente hasta casi poder saborearlo, para ya no olvidarlo nunca. Puedo hablar de ese instante como si lo hubiese vivido ayer mismo tan solo con oler una camiseta suya, es su efecto.
También recuerdo aquel primer beso, con un toque más natural en su olor y más pícaro en sus gestos. El abrazo pionero de su chaqueta vaquera, mi primera intrusión en el secreto de su olor, su propio cuerpo, tan intenso esa vez... Reinventado en la cercanía.
Club de la camita, la correa de la guitarra, la proximidad de su cuello trayendo consigo mi único vicio, su desnudez... La peculiaridad de su olor cuando no hay nada entre mi nariz y su pecho, y el descubrimiento de los matices que tiene cada parte de su cuerpo. Qué haría yo sin mi olfato. ¿Cuál sería mi máquina del tiempo para revivirle una y otra vez? De un amor así, que cada día huele más único, una no puede cansarse.



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