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martes, 16 de septiembre de 2014

La lluvia

Eso de oir llover desde la cama una madrugada de septiembre es de esas cosas que, joder, dichas así son tan absurdas y cursis. Pero conforma una atmósfera única, tanto que, si se tratase de octubre o estuviera viendo la lluvia con mis ojos, no sería igual. 
Las nubes son naranjas, la lluvia parda y mi noche muy negra sin él. Pero especial sin duda. Siento la fuerza del agua en las palmas de mis manos, la brisa fría en mi nuca haciendo competencía al aliento que la frecuenta; pero mucha nostalgia. No sentía la lluvia desde aquel día y de hecho la vez anterior que me visitó tampoco es ejemplo de felicidad... Hoy puede que lo sea. Porque él no está a mi lado, pero está conmigo; porque no ha venido el agua a fastidiarme un día en la playa, porque no acompaña a una desgracia, tampoco cala los huesos de mis piernas ni me está dejando como un cachorro abandonado en invierno. Es cálida y sin rozarme me abraza para que me duerma ahora que él no está. Hablando de él... Le quiero -conmigo, bajo la lluvia-



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